domingo, 5 de mayo de 2013


¿Cómo le gustaría morir?

No se usted, pero yo quisiera morir como un héroe anónimo, arrancando las palabras al dolor de dejarlo todo. Sin sufrimiento porque soy cobarde ante la tortura del diagnóstico. De elegir, prefiero ser alcanzado por la bala amiga del enemigo, en el campo de batalla del pavimento. Con decenas de turros a mí alrededor, de mirada masturbatoria que gozan cómo me estoy vaciando de sangre roja y clasista. Testigos hipócritas fingiendo estupefacción, alimentando el morbo público y gratuito. Ellos miran de reojo, comentan sin pudicia, se van antes que llegue la ambulancia, caminan dos cuadras y se olvidan. Esos están peor porque ya están muertos.
Desprecio el quirófano y la cama de hospital, aborrezco la indulgencia del cura y le hago la señal de la cruz antes que él me la salpique, porque crucificado está él. Le aclaro que renuncio a los milagros y le pido un cigarrillo.
Me dan nauseas los matasanos que me dirán una cosa y otra a mis familiares, que al instante te miran con ojos afligidos de despedida. Hablan con términos indescifrables, te envuelven para aclarar después que te quedan, como mucho, 48 horas de vida entre burocracia y papeleos en la mutual.
Prefiero morir de una rebanada de rueda de locomotora antes que la larga penuria de un depósito para ancianos, con visitas rápidas y culposas, atontado con pastillas de todos los colores del arco iris del placebo. Aburrido de mirar la nada, esperando el coágulo que no llega, que la máquina se detenga o que alma ocupa desaloje el paquete.
Si tuviera que elegir, prefiero el silencio de la madrugada, donde los pasos resuenan inconfundibles, donde en sus horas caben más minutos que durante el día. Quisiera morir solo, y que me descubran tieso, con los ojos abiertos, apuntado a lo que fui.
Desprecio cualquier otra forma de morir.